Por: Victoriano Valdés, periodista y dramaturgo.
La violencia destructiva que, por razones políticas, se ensañó con Chile desde mediados de octubre del año 2019 y meses posteriores, en las últimas semanas de abril 2020 ha mostrado las primeras acciones de calle anunciando intensiones de retomar su insana desestabilización del país. La paz social continúa amenazada.
“Tu normalidad me agrede”, escribieron profusamente los violentistas en todas las paredes, de todas las ciudades, para justificar sus acciones; y levantaron, para su entretención, la añeja idea de que, cuando destruyen, en vez de cometer un delito, lo que hacen es ejercer su legítimo derecho a protestar. Con tal peregrina hipótesis, unos violentistas entrenados por décadas y con apoyo logístico nacional e internacional, se dieron a la tarea de afectar severamente la vida de millones en el país.
Chile fue testigo aterrorizado de acciones violentas jamás vistas, y observó atónito la destrucción inmisericorde de los bienes públicos y privados como aquel tren metropolitano (METRO) o aquella red de buses urbanos de Santiago.
En todo Chile, las acciones de odio se multiplicaron de manera lineal.
Y cuando incendiaron bancos y supermercados; cuando destruyeron calles y avenidas; semáforos y mobiliario público; cuando incendiaron bosques; cuando destrozaron plazas y calles urbanas; cuando hicieron la vida caótica con barricadas; cuando amenazaban a las personas vestidos de negro ocultando su rostro, como vulgares terroristas; cuando gritaban insultos y sembraban el odio, según los hechores, estaban haciendo uso de un pretendido derecho de expresión y reclamo contra la autoridad: es nuestro “Derecho Humano”, decían.
Pues, permítanme disentir de tan engañosa tipificación del derecho al reclamo, porque, fuera de dudas, la violencia “No es un Derecho”. El único Derecho que de manera legítima se debe invocar, es el “Derecho a la Paz”. Sin embargo, los irreductibles sembradores del odio, han reiniciado sus acciones violentistas tratando de conseguir adhesiones; igual, dicen, a la explosión de descontento ocurrida desde octubre. Pero, el descontento social de hoy, siendo evidente para cualquier observador no ideologizado, es diferente a la sorpresiva y multitudinaria agitación social de octubre.
Hoy, la sorpresa inicial dio paso a la razón, y las manifestaciones de odio y destrucción que asolaron nuestras ciudades, han perdido la fuerza del miedo. Las preocupaciones por el bien común han ganado un espacio entre las personas que defienden la estabilidad, el trabajo, la relación fraterna de los unos con los otros, y la paz social como un bien colectivo necesario de recuperar.
Lo anterior, por supuesto, en el marco de unas relaciones económicas, políticas, sociales y culturales de justicia, y de respeto a la dignidad de todos, por todos, y en todo.